DARTAGNAN
Félix Acosta Fitipaldi
Los
tres nacimos juntos, crecimos, jugamos y aprendimos juntos, pero
somos muy diferentes.
De
chicos conversábamos mucho, todos con sueños distintos, cada uno
con su estilo para conseguir sus ambiciones. Entonces no lo advertía,
pero recuerdo que mamá solía quedarse un rato contemplándonos,
sobre todo cuando levantábamos la voz en alguna disputa. Al evocar
su semblante ante tales momentos se me antoja cargado de intriga.
Alguna
vez daba la sensación que uno de nosotros habría de independizarse,
que podría abrirse camino solo dejando atrás a los demás. Creo que
todos estuvimos cerca, y aunque eso nunca se concretó mantenemos la
idea de que la posibilidad permanece.
Hoy
día cada uno lucha por sobrevivir, reuniendo fuerzas cuando otro
está al volante. Tal vez nos respetaríamos, y hasta sería posible
en algún caso una mejor relación, si fuésemos entidades
plenamente independientes. A veces lo lamento, en ocasiones me
divierte, pero jamás pude aceptarlo del todo. Esa es la verdad.
Gioconda
–la chica del grupo– siempre está enojada y nos recrimina
nuestra escasa pasión por el aseo. Cuando la observo acicalarse me
da pena, pues resulta evidente que su complexión física no acompaña
su personalidad por más que se empeñe en tal cometido. En sus
períodos de vigencia se afana en completar un curso de manicura por
correspondencia, pero sus manos tan toscas carecen de la delicadeza
necesaria y se desanima. Cuando eso ocurre, Gurka ríe groseramente y
en forma por demás notoria, pretendiendo que ella al escucharlo se
largue a llorar, lo cual al menos una vez ha sucedido.
Gurka
–apodo impuesto por Gioconda a su antítesis y asumido por éste
con extraña indiferencia –es quien gana nuestro sustento
montado en el amor de su vida: un camión semi-remolque de última
generación que la empresa donde trabaja le confía ciegamente.
Aparte de conducir, beber cerveza y tomarse a golpes de puño en cada
ciudad que transita, le agrada dormir. Eso es una suerte pues de ese
modo no molesta con groserías y Gioconda o yo trascendemos.
Yo
me identifico como Alejandro, por Dumas y aquello de “Uno para
todos y todos para uno”, y mi afición es la literatura: leo mucho.
Además pretendo escribir, y aunque no lo hago nada bien deseo
mejorar y practico mucho; razón por la cual ahora me encuentro
embarcado en esta pequeña reseña.
Gioconda
es quien más sabe de nosotros, o mejor dicho de la historia de
nuestras existencias. Solemos conversar a veces, mientras Gurka
presta atención al tránsito o les grita palabras soeces a las
mujeres llamativas y a los conductores audaces y apurados. Lo hacemos
muy allá dentro, no queremos que el “Dictador rabia” se moleste.
La
presencia de Gioconda lo enceguece. La odia y a veces pienso que sus
actitudes vulgares no son más que una consecuencia de esa realidad,
ya sea por represalia o simplemente para marcar con nitidez su
desvinculación total de vida y costumbres de nuestra compañera.
Yo
la acepto como es y aunque no me atrevo a decírselo –menciono
esto porque sé que ahora no está cerca– creo
que la amo. ¡Su cerebro funciona de una manera tan armónica! Cuando
está feliz es maravillosa, dulce. Y cuando consigue un hombre, tan
apasionada que me consta que pese a todo varios estuvieron a punto de
enamorarse de ella.
En
cambio Gurka en caso de acostarse con alguna gata del camino es
brutal, recio, colérico. Exige el servicio completo y se emplea a
fondo agotando y hasta lastimando a las pobres chicas. Ninguna ha
podido cansarlo plenamente a él, ni siguiera la vez que se metió en
la cama con dos putas de cuerpos estupendos.
Yo
desconozco el sexo, mi pasión pasa por las letras. Lo sexual lo
percibo a través de los encuentros que ambos, cada uno por su lado,
han mantenido, y realmente no me interesa demasiado.
Si
no fuese tan cruelmente imposible quisiera tener intimidad con
Gioconda. Me consta que yo también le agrado pues siempre me habla
con cariño y comprensión y en lugar de mi nombre se dirige a mí
como “mi hermanito menor”.
Al
principio me chocaba esa referencia pues la entendía como un
desmerecimiento, como si me subestimara o le diera lástima. Luego
comprendí que aunque tal vez encierre algo de eso también está
repleta de aprecio y ternura.
Creo
que ella a Gurka, por el contrario a lo que él siente por ella, no
lo odia. Tal vez lo mire como a un hermano mayor pues sólo se
fastidia con él cuando recibe algún golpe y le queda magullado el
rostro. ¡Que triste se pone entonces! Simplemente se repliega como
un caracol y no reaparece hasta tener curadas sus heridas.
Gioconda
se está preparando; este fin de semana Gurka no trabaja, seguramente
descansará y ella está muy fuerte y tiene planes. Yo jamás me
opongo demasiado a ninguno de ellos, y como la veo tan decidida ya
mismo le permitiré disponer sus asuntos.
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
No
pude despertar a Gioconda antes que sonara el despertador para Gurka.
Traté de hacerlo pero su cansancio era excesivo. Tenía el desgaste
de dos noches de lujuria y parecía una lastimosa ramera de cien
turnos. Así que apenas Gurka abrió los ojos descubrió que ella
había estado de juerga.
Nunca
le había dado tanta ira encontrar el rostro maquillado de Gioconda
encubriendo sus ojeras y anduvo por el cuarto destrozando todo lo que
hallaba a su paso, bufando cual toro enardecido y vistiéndose a los
apurones.
Debajo
de su furia podía palparse su sufrimiento. Ella en tanto, ya
despierta también, gozaba de la escena con la misma intensidad con
que debe haber disfrutado sus dos noches de farra.
Creo
que mejor hubiera sido no hacerlo enojar. Cuando encontró el
escondite de Gioconda juntó todas sus ropas, sus pelucas, sus
cremas, rimel, perfumes y champú y los metió en una bolsa; también
se aseguró de entregar el bulto personalmente al recolector de
residuos.
Eso
sí lastimó a Gioconda, debía recuperar su equipamiento a
escondidas y tardaría mucho tiempo en hacerlo. Pagaría esas dos
noches quizás con más de dos meses de abstinencia.
Yo
la sentía gemir y me hubiera gustado consolarla pero Gurka,
ignorándonos por completo, estaba dispuesto a quedarse al mando
mucho tiempo. Seguramente su decisión nos auguraba varios días de
oscuridad y silencio.
Mientras
Gurka manejaba con la radio a todo volumen y hacía sonar la grave
bocina como un capitán ante el timón de un crucero traté de
comunicarme con Gioconda pero fue imposible. Estaba muy recogida
sobre sí misma en inmóvil actitud y apenas se permitió enviarme un
leve mensaje:–Solos, tú y yo hubiéramos sido felices.
Sus
palabras levantaron mi animo y me dieron fuerzas para escribir unas
líneas mientras Gurka descansa en mitad de su viaje. ¿Cómo no amar
a alguien como ella? No entiende nada de palabras y frases pero
cuando usa el idioma me hace estremecer, como en este caso, que me
hizo relucir, elevándome sobre la personalidad de Gurka tan voraz y
cruel. El viaje será largo y nosotros nada podemos –quizás
tampoco queramos– hacer.
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Ha
sido terrible. Los tres estamos muy mal. Tal vez a Gurka le importe
poco pero nosotros dos –yo
por ella– estamos
destrozados. La enfermera me alcanzó papel y lápiz y estoy
escribiendo pues afortunadamente manos y ojos se salvaron.
Gurka
no andaba bien. Su último enojo con Gioconda le dolió más que
ninguno y se volvió pendenciero. No conocía a nadie en ese bar pues
casi no iba en esa dirección. Pero quería divertirse y arrollar
cuanta cosa molesta encontrara a su paso.
El
hombre era pequeño y la mujer a su lado merecía cualquier
sacrificio. Gurka se confió. Supuso que a pura impresión y
arrogancia podía tomarla del brazo y llevársela sin más ni más.
¡Era
peligroso el sujeto pequeño! Al primer empujón le creció el puñal
en la mano. Pero Gurka creía que podía reducir su arma a un par de
mondadientes y hacerlo volar sobre las mesas.
Yo,
que descansaba, desperté con el tumulto pero Gurka no me
permitía mirar. Igual pude notar que ni siquiera llegó a pegarle al
enano. Al acercarse a la distancia justa del alcance de su brazo el
hombrecito pintó un relámpago en el aire y el lado izquierdo de la
cara de Gurka se partió en dos.
Llevar
su mano a la herida, palpar sus dimensiones y caer desmayado fue el
suspiro de un rayo. En el suelo su cuerpo se aturdió de golpes: del
hombrecillo, de la mujer, y de cuantos quisieron hacerlo que no
fueron pocos.
¡Que
falta me hace hablar con Gioconda! No sé que le pasa ahora. ¿Por
que no aprovecha que Gurka no tiene que trabajar por la licencia
médica que se ha merecido y respira un poco?
Tal
vez sea mi momento. Por lo visto mis compañeros tienen pocos deseos
de tomar el timón. Debería estar contento, olvidarme de ellos y
trazar mis propios planes como si nunca fueran a volver. Pensar en ir
al teatro que tanto me agrada. Admiro a los buenos actores que logran
transmitir la esencia del personaje. Claro que más me satisface
escribir, un escritor ha de develar el espíritu de todas sus
creaciones. ¿Y cuántos pueden encontrar lugar bajo una piel? ¡Todo
el mundo debería tener un juego de máscaras a su disposición! Y
seguramente, como las estrellas de cine, nueve de cada diez lo tiene.
Pero
hablaba del teatro… ¿Sería posible que fuera al teatro? No me
dejarían y si así fuera creo que no podría hacerlo. Soy demasiado
conciliador y conformista. Nunca intentaría molestarlos. Tal vez ese
sea mi único mérito: ser un tipo mesurado y complaciente. Ellos
pasionales, yo aburrido.
¡Qué
conjunto! Parecemos tres gatos en una bolsa. Lo que sí puedo
intentar es leer mientras descansan y creo tener en este lugar una
buena oportunidad para hacerlo, aquí se está tranquilo. ¿Me traerá
la enfermera algún libro si se lo pido?
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
He
leído mucho durante estos días. Pero por que razón no lo sé, nada
pude escribir. ¿Será que sólo puedo hacerlo para referirme a
nosotros? Bueno, mucho no lo he intentado. Ni siquiera traté
demasiado mantener contacto con Gioconda. La vez que hablamos vino
ella sola, muy seria y sosegada.
Ninguno
de los dos mencionó al tercero en discordia y debido a eso
mantuvimos un diálogo muy adulto, sin los arrebatos de histerismo
que ella a veces despliega.
Fue
una conversación algo extraña. Hablaba como si conociera cosas que
yo siempre he ignorado y jamás imaginado. Aun tengo dudas sobre el
estado actual de su cordura. –¿No
escuchas, verdad?–
No,
no me siente ahora, descansa junto a Gurka. ¡Que contradicción: el
tigre y el venado en un mismo arrullo!
Así
que de repente vino a conversar y se sentó junto a mí, cruzando muy
recatadamente sus piernas, como si fuera una chica decente. ¡No,
perdón, no quise decir eso! ¿Cuándo se supone que una chica es
decente? ¿Acaso ella roba o lastima? ¿Esta mal que busque ser
feliz? ¡Pobre! Debería pedirle disculpas por haber pensado eso.
Pues se
sentó y dijo muy resuelta, como si viniera con los libros de la
verdad universal bajo el brazo: –¿Quieres saber como empieza todo
esto?
Iba
a preguntarle si era una alusión a la pelea de Gurka, a la
destrucción de sus enseres femeninos o a nuestra unión y ella,
anticipándome, dijo: –Al hecho de que estemos juntos siendo tan
distintos.
–¡Claro
que quiero! –expresé decidido. –No hay nada más importante para
nosotros. ¿No?
–Sí
–dijo ella, afirmando también con movimientos de su cabeza. En eso
entró la enfermera de la tarde y sonriendo preguntó: –¿Hablando
solo? –Y antes que yo pudiera hacerlo Gioconda, con su vocecita de
castrati, contestó: –¡Ay si! A veces me da, no es nada –y su
mano derecha hizo medio giro en el aire.
La
mujer cambió su expresión, dejándose cubrir por un manto de
circunspección. Luego con absoluta seriedad agregó que mañana me
sacarán la venda de la cara y salió deprisa.
–Te
decía... –continuó Gioconda al quedarnos nuevamente solos –...que
descubrí la verdad de odo esto. Es como si hubiera hecho una
regresión, quizás debido al inmenso estado de sensibilidad que me
dejó el último arranque de furia de Gurka. ¡A ver como te lo
explico!
Se
detuvo un instante buscando las palabras adecuadas y agregó:–Por
favor, no vayas a interrumpirme. Es algo difícil de justificar y
necesito tener vía libre. ¿Listo?
–Listo.
–Bien,
hazte la idea que en alguna parte las almas esperan turno para
regresar dentro del cuerpo de un feto próximo a nacer y que esto
sucede en forma muy fluida. Llegado nuestro turno renacemos con la
memoria en cero. ¿Me sigues?
–Te
sigo.
–Cuando
todo es normal el nuevo ser mantiene su personalidad y obtiene una
nueva existencia. Pero a veces ocurre que es tal la ansiedad de los
interesados que se apretujan e intentan volver a como dé lugar
hacerlo. Al parecer nuestro socio Gurka tenía mucha prisa y pocos
escrúpulos, por lo cual no le importó que nosotros estuviésemos
antes. Así que empujó y provocó que entráramos juntos en el mismo
embrión. Esto ocurre a menudo, pero en todos los casos que se da la
situación de que dos o más espíritus –o almas, como quieras
llamarles– ocupan un cuerpo, esa mixtura genera automáticamente
una nueva personalidad, una nueva alma. Lo que no sucede a menudo es
lo nuestro, e ignoro que motivos provocaron que no surgiera una nueva
personalidad dominante, ajena a nosotros tres, y que mantenga
reprimidas nuestras diversas pasiones.
Más
o menos eso dijo Gioconda y se quedó mirándome en el atardecer
silencioso del sanatorio. Agregó algo sobre que me permitía
continuar escribiendo pues allí a ella no le interesaba estar y se
fue. Gurka está mejor también. Estuvo un momento y sonreía al
pasar su mano sobre el vendaje.
Ni
se fijó en mí. ¡Qué tipo raro! Jamás lo voy a comprender.
Realmente me siento más cerca de comprender a Gioconda que a él.
Bueno,
basta por hoy. Se acerca la chica de la noche a cortar la luz y no
quiero incomodarla con demandas especiales. Si Gurka me escuchara
siendo tan considerado con el prójimo la risa lo haría mojar la
cama.
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Ahora
sí que deberé esforzarme en encontrar una solución. Todo ha ido
demasiado lejos y ellos nada podrán hacer para que las cosas sean
como antes. Debo comentar las causas que motivan esta conclusión y
por qué debo decidir algo pronto.
Gurka
estaba con muy buen animo para admirar la tremenda cicatriz que
debido a la profundidad de la herida quedó en su rostro.
Yo,
que lo espiaba discretamente, no podía entender esa especie de
masoquismo manifiesto en su felicidad. No se había hecho un nuevo
tatuaje en su brazo para molestar a Gioconda. No era un arete
colgando de su nariz. Tampoco unas nuevas botas de cuero o una
campera negra con tachas. Se ufanaba y regocijaba del aspecto
siniestro que había obtenido con esa cicatriz.
Volvimos
a casa. Siempre siguiendo las decisiones de Gurka e ignorando las
miradas temerosas de todo el mundo, nos llevamos un buen stock de
cervezas del supermercado. Luego Gurka bebió hasta el hartazgo
y cayó dormido en su borrachera.
Horas
después apareció Gioconda. Estaba adormecida aun y creo que todavía
no había caído cabalmente en la cuenta de todo lo últimamente
acontecido. Se levantó y anduvo por allí tratando de ordenar algo
del desastre que siempre deja Gurka, hasta que se cruzó con el
espejo.
Al
verse enloqueció. Se tocaba la cicatriz con desesperación, como si
quisiera quitarla mediante urgentes roces de sus dedos. Lloraba y
gemía de una forma desgarradora tratando de asir sus cortos
cabellos, y no dudo que si Gurka no los usara tan al ras ella se
habría arrancado la cabellera completa.
De
pronto se detuvo. Cambió la expresión de su semblante y una sonrisa
pérfida tornó su rostro más impresionante todavía. Supe lo que
pretendía hacer y dudé que camino tomar. Gioconda fue a la cocina y
escogió la filosa cuchilla de cortar carne. Se acercó a la mesa y
tras bajarse el pantalón y levantar por el extremo nuestro
pene levantó en el aire la cuchilla.
Allí
dudó un instante, pero yo sabía que realmente terminaría
haciéndolo, así que me esforcé en despertar a Gurka. La cuchilla
descendía cuando él llegó. El brazo bajaba con fuerza, aun bajo el
dominio de Gioconda, y él sólo atinó a mover de lado la pelvis
salvando en el último segundo nuestra masculinidad.
Perplejo,
emitió un grito salvaje, furibundo, y dijo:–¿Crees que podrás
conmigo, perra? Nunca podrías. ¿Esto te molesta, eh? Te jode, te
afea, perjudica tus andanzas de Colombina. Dilo... –repetía
mientras se pellizcaba el cachete herido causándonos dolor. Al
finalizar su furia cedió y quedó muy ufano, inflando su pecho con
satisfacción.
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Gurka
se engaña. Estoy seguro que Gioconda encontrará la oportunidad de
cumplir su cometido en cuanto él se descuide. Lo hará del mismo
modo en que se mandaba sus escapadas. De algún modo hasta se
parecen.
¿Cuánto
podría resistir Gurka su vigilia? En este momento por ejemplo,
descansa, ronca como un bebé. Y Gioconda no ha venido. Sabe que no
tiene el tiempo necesario ni el cansancio de Gurka es tanto como para
no sentir las emociones que ella necesita desplegar para concretar su
venganza.
A
mi no me cuidan, no me temen ni les provoco ningún interés.
Gioconda no me habla ahora. Me acusa de traición por haber evitado
que ella “impartiera justicia”.
Me
agobia todo esto. Sé que debe terminar y algo me indica que sólo
hay una solución. Debo mantener la calma para no alarmarlos y puedan
evitarlo. Seguro que ellos prefieren continuar su lucha permanente
pues ya se ha transformado en su forma de vida. ¿Pero yo qué? ¿Por
qué seguir soportándolos? Ya no lo haré.
En
este instante, mientras escribo con la mano derecha mi mano izquierda
introduce comprimidos en mi boca uno tras otro y bebo, más pastillas
y bebo. Hace más de dos minutos que lo hago. He dejado la casa sin
medicamentos de ningún tipo. ¿Para qué? Nadie los necesitará.
Comienzo
a sentirme mal...
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Hola.
Soy Julián. El del nombre legal. El hijo que mis padres esperaban y
bautizaron. Si hubiera hecho como ellos, que se auto nombraron a
gusto, para mí habría elegido “Dartagnan”.
Soy
la personalidad que Gioconda casi alcanza a descubrir. Ellos nunca
sintieron mi presencia. He sido cauto y paciente. Esta es mi primera
vez en el mundo consciente.
Al
unirse mis padres crearon un cuerpo, al unirse ellos tres me forjaron
el alma. Pero no quiero vivir. Debí haber sido la personalidad
dominante. No lo intenté ni lo he sido, mas cual titiritero los he
ido guiando hacia la concreción de mis deseos.
No
podía dar la cara e intentar hacer una vida normal sabiendo que en
cualquier momento alguno de ellos me llenaría de verguenza. Así que
me mantuve oculto. Los oigo gritar pero ya no tendrán más
oportunidades. Lo siento por Alejandro pues quizás nos parezcamos.
He
conseguido mi propósito tras acumular fuerzas durante treinta años
para este momento. Nos vamos. Siento mucho sopor y estoy muy mal. Las
pastillas nos arrastran. Ellos nuevamente a la fila y yo aspirando
volver solo por primera vez. Lo mejor par a los cua tro todo termi ne
aqu ya
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