9 de enero de 2020

Cada noche

Faltaba poco para el amanecer. La pareja dormía cuando Mario apareció. Nelly, que reposaba boca arriba, abrió los ojos y lo percibió a los pies de la cama. Ajustó la vista procurando ver mejor entre penumbras y la confirmación le heló la sangre.
Tras el primer momento de estupor codeó a su compañero, quien roncaba a espaldas de ella. Éste no se movió. Lo volvió a codear:
―Pedro ―murmuró ―¡Pedro! ―pero no obtuvo respuesta.
Se dirigió entonces a la aparición, a quien no había quitado ojo y permanecía allí de pie, inmóvil, con la mirada clavada en ella: ―¿Qué quieres? Vete, estás muerto ―dijo con todo lo que le dio la voz: un murmullo.
Sin embargo la tenue voz de Nelly ahora sí despertó a Pedro, quien de todos modos no se movió. La campana de su alarma interior tañia con fuerza, la sangre fluyó con más premura por sus venas. Él también se mantuvo inmóvil cuando la voz de Mario -igual que siempre pero más pausada- dijo a la mujer:
―Me traicionaron. ―El sonido categórico de su voz fue sin embargo hueco, falto de emoción, desesperanzado. Mas no había dudas en cuanto a que se trataba de Mario, muerto tres días atrás.
Un escalofrío sacudió a Pedro de pies a cabeza. Se dijo que estaba soñando y con mínimos movimientos de su mano se pellizcó. Sintió dolor y de tan necio y cobarde que era se mintió: “Estoy soñando”, se dijo, y estático permaneció cuanto pudo, procurando aliminar un temblor incontrolable que además resonaba en su nuca.
―¡Pedro, despierta! ―repitió Nelly, dejando de mirar a la aparición para hacer reaccionar a Pedro de una vez por todas. Lo sacudió y aun así no lo logró. Antes de volver a posar los ojos en Mario rogó que hubiese desaparecido. Pero no, allí estaba, espectro nacido de las sombras.
―Mataron dos pájaros de un tiro ―dijo Mario. Sus labios ni se movieron.
Pedro había cobrado plena conciencia mas no osaba moverse ni intervenir. “Estoy soñando” volvió a decirse, y se lo reiteró varias veces, de algún modo para no prestar atención a los dichos de Mario. “Estoy soñando”“Estoy soñando”“Estoy soñando”.
―Recién conocí la traición tras mi muerte. ¿Qué debo hacer ahora? ―El aspecto de Mario más que horror impregnaba tristeza. Una ínfima parte de la mujer se conmovió:
―Mario, yo nada tuve que ver ―dijo. ―Fue la fatalidad. Nunca hubieran saldado la deuda de no cumplir el encargo de ese crimen. Podrían haber caído juntos... Pedro tuvo mejor suerte.
―Pedro fue quien me delató para quedarse contigo. ¿Lo ignorabas acaso? Tonto de mí que por lealtad no lo quise inculpar. ¡Lo hicimos juntos!
―Díselo, puedes vengarte con él no conmigo. Ya despertará.
―Está despierto. Pero es tan indigno que no osa verme a los ojos.
Pedro intentó no mover un músculo pero temblaba. No se volvió, temía ver venir a la muerte, prefería dejarla llegar y lo llevara sin verle a los ojos.
Nelly, que tenía más descaro y entereza, intentó razonar con Mario o lo que fuera eso que estaba allí, metido como cuña en medio de sus vidas:
―Pensábamos hacer lo posible para ayudarte y aguardar que cumplieras la pena. No debiste suicidarte, eso no fue más que tu culpa.
Nuevamente el espectro permitió descender un mueca triste sobre sus labios: ―¿Ayudarme? Sí que tienes agallas y cinismo, mujerzuela ―dijo. ―La idea fue quitarme de en medio.
El espectro se acercó, aproximándose lo más posible a la cama, justo por la parte central, y apoyó en el borde una de sus rodillas. Las narinas de la pareja se fruncieron al percibir un tufo desagradable.
―Háganme sitio ―dijo Mario. En el fondo de sus ojos brilló un relámpago. ―Siento deseos de ti Nelly. ¿No te importa si la poseo, verdad Pedro?
Aquél, aunque había pensado en levantarse y salir pitando siguió la regla del menor esfuerzo, como acostumbraba, y permaneció inmóvil. Nada podía importarle más que no sufrir daño alguno. Algo en su estómago se retorcía y hasta temió hacerse encima.
―Fue terrible palpar el odio de todos, sus miradas, sus voces insultantes, los puños de los hombres en el aire amenazándome, las uñas afiladas de las mujeres pretendiendo rasgar mi rostro, la desolación de la familia de la víctima...
El semblante de Mario era de arrepentimiento y forzada resignación. Su palidez estaba cobrando una tenue tonalidad verdosa y era notoria la marca morada que rodeaba su cuello. Durante ese instante de silencio se oyó el lejano canto de un gallo. El aparecido clavó los ojos en Nelly y continuó:
―Por las noches, cada detalle de mi captura volvía a mí mente una y otra vez. Caminaba con las manos atadas, arrastrándome a la sentencia que todos deseaban para mí y la turba que me rodeaba emanaba un odio doloroso. Mas fui iluminado por una frase que recordé ni sé de donde “La horca es una balanza que tiene a un hombre en un extre­mo y a toda la tierra en el otro”(*). Por eso me ahorqué. Nada es peor que sentirse tan miserable y solo. No merecía continuar viviendo. Había perdido la gracia Divina y debía morir. También ustedes, y más aun por lo que me enteré después de muerto.
―¿Vas a matarnos? ―preguntó Nelly ―¿Puedes hacerlo?
―No lo se, de momento estaré contigo una vez más. ―Y desplazando un tanto las piernas de uno y otro hacia un lado terminó de subir a la cama.
Comenzaron. Pedro notaba los movimientos que se manifestaban a sus espaldas y aun cuando oía los jadeos continuó como de piedra. Ella mantuvo cerrados los ojos y mentalmente intentó recrear la ternura y la pasión que conocía de Mario. Pero halló su cuerpo frío, torpes sus movimientos, simulado su deseo, e inmenso su asco.
Horas más tarde el sol se filtraba a través de la persiana permitiendo abarcar con mayor facilidad los detalles de la habitación. Pedro y Nelly yacían boca arriba respirando en silencio, apartados apenas por el hueco que entre ambos ocupara otro cuerpo.
Aun permanecían sin hablar ni moverse y quizás ya fuese mediodía cuando Pedro miró hacia un lado, buscando la mirada de Nelly. Ella percibió el movimiento y también se volteó.
―¿Fue un sueño? ―dijo Pedro.
―¡Claro que fue un sueño! ―respondió Nelly, y levantándose comenzó a vestirse. Pedro, al sentir que su corazón apaciguaba los latidos comenzó a sollozar.
―¿Ahora lloras? ―dijo Nelly con hastío. ―Fue un sueño, ya te lo dije. ―Terminaba de vestirse con prisa, quería dejar todo atrás.
Mientras secaba sus lágrimas Pedro respondió: ―Nada nos asegura que no lo volvamos a soñar. Tal vez cada noche nuestro sueño se repita. ¿Qué podría evitarlo?
Ella hizo como si no escuchara y sin responder salió rumbo al baño.


(*) Frase extraída de “Nuestra señora de París” - Víctor Hugo.

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