12 de enero de 2020


DARTAGNAN
Félix Acosta Fitipaldi

Los tres nacimos juntos, crecimos, jugamos y aprendimos juntos, pero somos muy diferentes.
De chicos conversábamos mucho, todos con sueños distintos, cada uno con su estilo para conseguir sus ambiciones. Entonces no lo advertía, pero recuerdo que mamá solía quedarse un rato contemplándonos, sobre todo cuando levantábamos la voz en alguna disputa. Al evocar su semblante ante tales momentos se me antoja cargado de intriga.
Alguna vez daba la sensación que uno de nosotros habría de independizarse, que podría abrirse camino solo dejando atrás a los demás. Creo que todos estuvimos cerca, y aunque eso nunca se concretó mantenemos la idea de que la posibilidad permanece.
Hoy día cada uno lucha por sobrevivir, reuniendo fuerzas cuando otro está al volante. Tal vez nos respetaríamos, y hasta sería posible en algún caso una mejor relación, si fuésemos entidades plenamente independientes. A veces lo lamento, en ocasiones me divierte, pero jamás pude aceptarlo del todo. Esa es la verdad.
Gioconda –la chica del grupo– siempre está enojada y nos recrimina nuestra escasa pasión por el aseo. Cuando la observo acicalarse me da pena, pues resulta evidente que su complexión física no acompaña su personalidad por más que se empeñe en tal cometido. En sus períodos de vigencia se afana en completar un curso de manicura por correspondencia, pero sus manos tan toscas carecen de la delicadeza necesaria y se desanima. Cuando eso ocurre, Gurka ríe groseramente y en forma por demás notoria, pretendiendo que ella al escucharlo se largue a llorar, lo cual al menos una vez ha sucedido. 
Gurka –apodo impuesto por Gioconda a su antítesis y asumido por éste con extraña indiferencia –es quien gana nuestro sustento montado en el amor de su vida: un camión semi-remolque de última generación que la empresa donde trabaja le confía ciegamente. Aparte de conducir, beber cerveza y tomarse a golpes de puño en cada ciudad que transita, le agrada dormir. Eso es una suerte pues de ese modo no molesta con groserías y Gioconda o yo trascendemos.
Yo me identifico como Alejandro, por Dumas y aquello de “Uno para todos y todos para uno”, y mi afición es la literatura: leo mucho. Además pretendo escribir, y aunque no lo hago nada bien deseo mejorar y practico mucho; razón por la cual ahora me encuentro embarcado en esta pequeña reseña.
Gioconda es quien más sabe de nosotros, o mejor dicho de la historia de nuestras existencias. Solemos conversar a veces, mientras Gurka presta atención al tránsito o les grita palabras soeces a las mujeres llamativas y a los conductores audaces y apurados. Lo hacemos muy allá dentro, no queremos que el “Dictador rabia” se moleste.
La presencia de Gioconda lo enceguece. La odia y a veces pienso que sus actitudes vulgares no son más que una consecuencia de esa realidad, ya sea por represalia o simplemente para marcar con nitidez su desvinculación total de vida y costumbres de nuestra compañera.
Yo la acepto como es y aunque no me atrevo a decírselo –menciono esto porque sé que ahora no está cerca– creo que la amo. ¡Su cerebro funciona de una manera tan armónica! Cuando está feliz es maravillosa, dulce. Y cuando consigue un hombre, tan apasionada que me consta que pese a todo varios estuvieron a punto de enamorarse de ella.
En cambio Gurka en caso de acostarse con alguna gata del camino es brutal, recio, colérico. Exige el servicio completo y se emplea a fondo agotando y hasta lastimando a las pobres chicas. Ninguna ha podido cansarlo plenamente a él, ni siguiera la vez que se metió en la cama con dos putas de cuerpos estupendos.
Yo desconozco el sexo, mi pasión pasa por las letras. Lo sexual lo percibo a través de los encuentros que ambos, cada uno por su lado, han mantenido, y realmente no me interesa demasiado.
Si no fuese tan cruelmente imposible quisiera tener intimidad con Gioconda. Me consta que yo también le agrado pues siempre me habla con cariño y comprensión y en lugar de mi nombre se dirige a mí como “mi hermanito menor”.
Al principio me chocaba esa referencia pues la entendía como un desmerecimiento, como si me subestimara o le diera lástima. Luego comprendí que aunque tal vez encierre algo de eso también está repleta de aprecio y ternura.
Creo que ella a Gurka, por el contrario a lo que él siente por ella, no lo odia. Tal vez lo mire como a un hermano mayor pues sólo se fastidia con él cuando recibe algún golpe y le queda magullado el rostro. ¡Que triste se pone entonces! Simplemente se repliega como un caracol y no reaparece hasta tener curadas sus heridas.
Gioconda se está preparando; este fin de semana Gurka no trabaja, seguramente descansará y ella está muy fuerte y tiene planes. Yo jamás me opongo demasiado a ninguno de ellos, y como la veo tan decidida ya mismo le permitiré disponer sus asuntos.
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No pude despertar a Gioconda antes que sonara el despertador para Gurka. Traté de hacerlo pero su cansancio era excesivo. Tenía el desgaste de dos noches de lujuria y parecía una lastimosa ramera de cien turnos. Así que apenas Gurka abrió los ojos descubrió que ella había estado de juerga.
Nunca le había dado tanta ira encontrar el rostro maquillado de Gioconda encubriendo sus ojeras y anduvo por el cuarto destrozando todo lo que hallaba a su paso, bufando cual toro enardecido y vistiéndose a los apurones.
Debajo de su furia podía palparse su sufrimiento. Ella en tanto, ya despierta también, gozaba de la escena con la misma intensidad con que debe haber disfrutado sus dos noches de farra.
Creo que mejor hubiera sido no hacerlo enojar. Cuando encontró el escondite de Gioconda juntó todas sus ropas, sus pelucas, sus cremas, rimel, perfumes y champú y los metió en una bolsa; también se aseguró de entregar el bulto personalmente al recolector de residuos.
Eso sí lastimó a Gioconda, debía recuperar su equipamiento a escondidas y tardaría mucho tiempo en hacerlo. Pagaría esas dos noches quizás con más de dos meses de abstinencia.
Yo la sentía gemir y me hubiera gustado consolarla pero Gurka, ignorándonos por completo, estaba dispuesto a quedarse al mando mucho tiempo. Seguramente su decisión nos auguraba varios días de oscuridad y silencio.
Mientras Gurka manejaba con la radio a todo volumen y hacía sonar la grave bocina como un capitán ante el timón de un crucero traté de comunicarme con Gioconda pero fue imposible. Estaba muy recogida sobre sí misma en inmóvil actitud y apenas se permitió enviarme un leve mensaje:–Solos, tú y yo hubiéramos sido felices.
Sus palabras levantaron mi animo y me dieron fuerzas para escribir unas líneas mientras Gurka descansa en mitad de su viaje. ¿Cómo no amar a alguien como ella? No entiende nada de palabras y frases pero cuando usa el idioma me hace estremecer, como en este caso, que me hizo relucir, elevándome sobre la personalidad de Gurka tan voraz y cruel. El viaje será largo y nosotros nada podemos –quizás tampoco queramos– hacer.
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Ha sido terrible. Los tres estamos muy mal. Tal vez a Gurka le importe poco pero nosotros dos –yo por ella– estamos destrozados. La enfermera me alcanzó papel y lápiz y estoy escribiendo pues afortunadamente manos y ojos se salvaron.
Gurka no andaba bien. Su último enojo con Gioconda le dolió más que ninguno y se volvió pendenciero. No conocía a nadie en ese bar pues casi no iba en esa dirección. Pero quería divertirse y arrollar cuanta cosa molesta encontrara a su paso.
El hombre era pequeño y la mujer a su lado merecía cualquier sacrificio. Gurka se confió. Supuso que a pura impresión y arrogancia podía tomarla del brazo y llevársela sin más ni más.
¡Era peligroso el sujeto pequeño! Al primer empujón le creció el puñal en la mano. Pero Gurka creía que podía reducir su arma a un par de mondadientes y hacerlo volar sobre las mesas.
Yo, que descansaba, desperté con el tumulto pero Gurka no me permitía mirar. Igual pude notar que ni siquiera llegó a pegarle al enano. Al acercarse a la distancia justa del alcance de su brazo el hombrecito pintó un relámpago en el aire y el lado izquierdo de la cara de Gurka se partió en dos.
Llevar su mano a la herida, palpar sus dimensiones y caer desmayado fue el suspiro de un rayo. En el suelo su cuerpo se aturdió de golpes: del hombrecillo, de la mujer, y de cuantos quisieron hacerlo que no fueron pocos.
¡Que falta me hace hablar con Gioconda! No sé que le pasa ahora. ¿Por que no aprovecha que Gurka no tiene que trabajar por la licencia médica que se ha merecido y respira un poco?
Tal vez sea mi momento. Por lo visto mis compañeros tienen pocos deseos de tomar el timón. Debería estar contento, olvidarme de ellos y trazar mis propios planes como si nunca fueran a volver. Pensar en ir al teatro que tanto me agrada. Admiro a los buenos actores que logran transmitir la esencia del personaje. Claro que más me satisface escribir, un escritor ha de develar el espíritu de todas sus creaciones. ¿Y cuántos pueden encontrar lugar bajo una piel? ¡Todo el mundo debería tener un juego de máscaras a su disposición! Y seguramente, como las estrellas de cine, nueve de cada diez lo tiene.
Pero hablaba del teatro… ¿Sería posible que fuera al teatro? No me dejarían y si así fuera creo que no podría hacerlo. Soy demasiado conciliador y conformista. Nunca intentaría molestarlos. Tal vez ese sea mi único mérito: ser un tipo mesurado y complaciente. Ellos pasionales, yo aburrido.
¡Qué conjunto! Parecemos tres gatos en una bolsa. Lo que sí puedo intentar es leer mientras descansan y creo tener en este lugar una buena oportunidad para hacerlo, aquí se está tranquilo. ¿Me traerá la enfermera algún libro si se lo pido?
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He leído mucho durante estos días. Pero por que razón no lo sé, nada pude escribir. ¿Será que sólo puedo hacerlo para referirme a nosotros? Bueno, mucho no lo he intentado. Ni siquiera traté demasiado mantener contacto con Gioconda. La vez que hablamos vino ella sola, muy seria y sosegada.
Ninguno de los dos mencionó al tercero en discordia y debido a eso mantuvimos un diálogo muy adulto, sin los arrebatos de histerismo que ella a veces despliega.
Fue una conversación algo extraña. Hablaba como si conociera cosas que yo siempre he ignorado y jamás imaginado. Aun tengo dudas sobre el estado actual de su cordura. –¿No escuchas, verdad?–
No, no me siente ahora, descansa junto a Gurka. ¡Que contradicción: el tigre y el venado en un mismo arrullo!
Así que de repente vino a conversar y se sentó junto a mí, cruzando muy recatadamente sus piernas, como si fuera una chica decente. ¡No, perdón, no quise decir eso! ¿Cuándo se supone que una chica es decente? ¿Acaso ella roba o lastima? ¿Esta mal que busque ser feliz? ¡Pobre! Debería pedirle disculpas por haber pensado eso.
Pues se sentó y dijo muy resuelta, como si viniera con los libros de la verdad universal bajo el brazo: –¿Quieres saber como empieza todo esto?
Iba a preguntarle si era una alusión a la pelea de Gurka, a la destrucción de sus enseres femeninos o a nuestra unión y ella, anticipándome, dijo: –Al hecho de que estemos juntos siendo tan distintos.
¡Claro que quiero! –expresé decidido. –No hay nada más importante para nosotros. ¿No?
Sí –dijo ella, afirmando también con movimientos de su cabeza. En eso entró la enfermera de la tarde y sonriendo preguntó: –¿Hablando solo? –Y antes que yo pudiera hacerlo Gioconda, con su vocecita de castrati, contestó: –¡Ay si! A veces me da, no es nada –y su mano derecha hizo medio giro en el aire.
La mujer cambió su expresión, dejándose cubrir por un manto de circunspección. Luego con absoluta seriedad agregó que mañana me sacarán la venda de la cara y salió deprisa.
Te decía... –continuó Gioconda al quedarnos nuevamente solos –...que descubrí la verdad de odo esto. Es como si hubiera hecho una regresión, quizás debido al inmenso estado de sensibilidad que me dejó el último arranque de furia de Gurka. ¡A ver como te lo explico!
Se detuvo un instante buscando las palabras adecuadas y agregó:–Por favor, no vayas a interrumpirme. Es algo difícil de justificar y necesito tener vía libre. ¿Listo?
Listo.
Bien, hazte la idea que en alguna parte las almas esperan turno para regresar dentro del cuerpo de un feto próximo a nacer y que esto sucede en forma muy fluida. Llegado nuestro turno renacemos con la memoria en cero. ¿Me sigues?
Te sigo.
Cuando todo es normal el nuevo ser mantiene su personalidad y obtiene una nueva existencia. Pero a veces ocurre que es tal la ansiedad de los interesados que se apretujan e intentan volver a como dé lugar hacerlo. Al parecer nuestro socio Gurka tenía mucha prisa y pocos escrúpulos, por lo cual no le importó que nosotros estuviésemos antes. Así que empujó y provocó que entráramos juntos en el mismo embrión. Esto ocurre a menudo, pero en todos los casos que se da la situación de que dos o más espíritus –o almas, como quieras llamarles– ocupan un cuerpo, esa mixtura genera automáticamente una nueva personalidad, una nueva alma. Lo que no sucede a menudo es lo nuestro, e ignoro que motivos provocaron que no surgiera una nueva personalidad dominante, ajena a nosotros tres, y que mantenga reprimidas nuestras diversas pasiones.
Más o menos eso dijo Gioconda y se quedó mirándome en el atardecer silencioso del sanatorio. Agregó algo sobre que me permitía continuar escribiendo pues allí a ella no le interesaba estar y se fue. Gurka está mejor también. Estuvo un momento y sonreía al pasar su mano sobre el vendaje.
Ni se fijó en mí. ¡Qué tipo raro! Jamás lo voy a comprender. Realmente me siento más cerca de comprender a Gioconda que a él.
Bueno, basta por hoy. Se acerca la chica de la noche a cortar la luz y no quiero incomodarla con demandas especiales. Si Gurka me escuchara siendo tan considerado con el prójimo la risa lo haría mojar la cama.
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Ahora sí que deberé esforzarme en encontrar una solución. Todo ha ido demasiado lejos y ellos nada podrán hacer para que las cosas sean como antes. Debo comentar las causas que motivan esta conclusión y por qué debo decidir algo pronto.
Gurka estaba con muy buen animo para admirar la tremenda cicatriz que debido a la profundidad de la herida quedó en su rostro.
Yo, que lo espiaba discretamente, no podía entender esa especie de masoquismo manifiesto en su felicidad. No se había hecho un nuevo tatuaje en su brazo para molestar a Gioconda. No era un arete colgando de su nariz. Tampoco unas nuevas botas de cuero o una campera negra con tachas. Se ufanaba y regocijaba del aspecto siniestro que había obtenido con esa cicatriz.
Volvimos a casa. Siempre siguiendo las decisiones de Gurka e ignorando las miradas temerosas de todo el mundo, nos llevamos un buen stock de cervezas del supermercado. Luego Gurka bebió hasta el hartazgo y cayó dormido en su borrachera.
Horas después apareció Gioconda. Estaba adormecida aun y creo que todavía no había caído cabalmente en la cuenta de todo lo últimamente acontecido. Se levantó y anduvo por allí tratando de ordenar algo del desastre que siempre deja Gurka, hasta que se cruzó con el espejo.
Al verse enloqueció. Se tocaba la cicatriz con desesperación, como si quisiera quitarla mediante urgentes roces de sus dedos. Lloraba y gemía de una forma desgarradora tratando de asir sus cortos cabellos, y no dudo que si Gurka no los usara tan al ras ella se habría arrancado la cabellera completa.
De pronto se detuvo. Cambió la expresión de su semblante y una sonrisa pérfida tornó su rostro más impresionante todavía. Supe lo que pretendía hacer y dudé que camino tomar. Gioconda fue a la cocina y escogió la filosa cuchilla de cortar carne. Se acercó a la mesa y tras bajarse el pantalón y levantar por el extremo nuestro pene levantó en el aire la cuchilla.
Allí dudó un instante, pero yo sabía que realmente terminaría haciéndolo, así que me esforcé en despertar a Gurka. La cuchilla descendía cuando él llegó. El brazo bajaba con fuerza, aun bajo el dominio de Gioconda, y él sólo atinó a mover de lado la pelvis salvando en el último segundo nuestra masculinidad.
Perplejo, emitió un grito salvaje, furibundo, y dijo:–¿Crees que podrás conmigo, perra? Nunca podrías. ¿Esto te molesta, eh? Te jode, te afea, perjudica tus andanzas de Colombina. Dilo... –repetía mientras se pellizcaba el cachete herido causándonos dolor. Al finalizar su furia cedió y quedó muy ufano, inflando su pecho con satisfacción.
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Gurka se engaña. Estoy seguro que Gioconda encontrará la oportunidad de cumplir su cometido en cuanto él se descuide. Lo hará del mismo modo en que se mandaba sus escapadas. De algún modo hasta se parecen.
¿Cuánto podría resistir Gurka su vigilia? En este momento por ejemplo, descansa, ronca como un bebé. Y Gioconda no ha venido. Sabe que no tiene el tiempo necesario ni el cansancio de Gurka es tanto como para no sentir las emociones que ella necesita desplegar para concretar su venganza.
A mi no me cuidan, no me temen ni les provoco ningún interés. Gioconda no me habla ahora. Me acusa de traición por haber evitado que ella “impartiera justicia”.
Me agobia todo esto. Sé que debe terminar y algo me indica que sólo hay una solución. Debo mantener la calma para no alarmarlos y puedan evitarlo. Seguro que ellos prefieren continuar su lucha permanente pues ya se ha transformado en su forma de vida. ¿Pero yo qué? ¿Por qué seguir soportándolos? Ya no lo haré.
En este instante, mientras escribo con la mano derecha mi mano izquierda introduce comprimidos en mi boca uno tras otro y bebo, más pastillas y bebo. Hace más de dos minutos que lo hago. He dejado la casa sin medicamentos de ningún tipo. ¿Para qué? Nadie los necesitará.
Comienzo a sentirme mal...
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Hola. Soy Julián. El del nombre legal. El hijo que mis padres esperaban y bautizaron. Si hubiera hecho como ellos, que se auto nombraron a gusto, para mí habría elegido “Dartagnan”.
Soy la personalidad que Gioconda casi alcanza a descubrir. Ellos nunca sintieron mi presencia. He sido cauto y paciente. Esta es mi primera vez en el mundo consciente.
Al unirse mis padres crearon un cuerpo, al unirse ellos tres me forjaron el alma. Pero no quiero vivir. Debí haber sido la personalidad dominante. No lo intenté ni lo he sido, mas cual titiritero los he ido guiando hacia la concreción de mis deseos.
No podía dar la cara e intentar hacer una vida normal sabiendo que en cualquier momento alguno de ellos me llenaría de verguenza. Así que me mantuve oculto. Los oigo gritar pero ya no tendrán más oportunidades. Lo siento por Alejandro pues quizás nos parezcamos.
He conseguido mi propósito tras acumular fuerzas durante treinta años para este momento. Nos vamos. Siento mucho sopor y estoy muy mal. Las pastillas nos arrastran. Ellos nuevamente a la fila y yo aspirando volver solo por primera vez. Lo mejor par a los cua tro todo termi ne aqu ya


9 de enero de 2020

Cada noche

Faltaba poco para el amanecer. La pareja dormía cuando Mario apareció. Nelly, que reposaba boca arriba, abrió los ojos y lo percibió a los pies de la cama. Ajustó la vista procurando ver mejor entre penumbras y la confirmación le heló la sangre.
Tras el primer momento de estupor codeó a su compañero, quien roncaba a espaldas de ella. Éste no se movió. Lo volvió a codear:
―Pedro ―murmuró ―¡Pedro! ―pero no obtuvo respuesta.
Se dirigió entonces a la aparición, a quien no había quitado ojo y permanecía allí de pie, inmóvil, con la mirada clavada en ella: ―¿Qué quieres? Vete, estás muerto ―dijo con todo lo que le dio la voz: un murmullo.
Sin embargo la tenue voz de Nelly ahora sí despertó a Pedro, quien de todos modos no se movió. La campana de su alarma interior tañia con fuerza, la sangre fluyó con más premura por sus venas. Él también se mantuvo inmóvil cuando la voz de Mario -igual que siempre pero más pausada- dijo a la mujer:
―Me traicionaron. ―El sonido categórico de su voz fue sin embargo hueco, falto de emoción, desesperanzado. Mas no había dudas en cuanto a que se trataba de Mario, muerto tres días atrás.
Un escalofrío sacudió a Pedro de pies a cabeza. Se dijo que estaba soñando y con mínimos movimientos de su mano se pellizcó. Sintió dolor y de tan necio y cobarde que era se mintió: “Estoy soñando”, se dijo, y estático permaneció cuanto pudo, procurando aliminar un temblor incontrolable que además resonaba en su nuca.
―¡Pedro, despierta! ―repitió Nelly, dejando de mirar a la aparición para hacer reaccionar a Pedro de una vez por todas. Lo sacudió y aun así no lo logró. Antes de volver a posar los ojos en Mario rogó que hubiese desaparecido. Pero no, allí estaba, espectro nacido de las sombras.
―Mataron dos pájaros de un tiro ―dijo Mario. Sus labios ni se movieron.
Pedro había cobrado plena conciencia mas no osaba moverse ni intervenir. “Estoy soñando” volvió a decirse, y se lo reiteró varias veces, de algún modo para no prestar atención a los dichos de Mario. “Estoy soñando”“Estoy soñando”“Estoy soñando”.
―Recién conocí la traición tras mi muerte. ¿Qué debo hacer ahora? ―El aspecto de Mario más que horror impregnaba tristeza. Una ínfima parte de la mujer se conmovió:
―Mario, yo nada tuve que ver ―dijo. ―Fue la fatalidad. Nunca hubieran saldado la deuda de no cumplir el encargo de ese crimen. Podrían haber caído juntos... Pedro tuvo mejor suerte.
―Pedro fue quien me delató para quedarse contigo. ¿Lo ignorabas acaso? Tonto de mí que por lealtad no lo quise inculpar. ¡Lo hicimos juntos!
―Díselo, puedes vengarte con él no conmigo. Ya despertará.
―Está despierto. Pero es tan indigno que no osa verme a los ojos.
Pedro intentó no mover un músculo pero temblaba. No se volvió, temía ver venir a la muerte, prefería dejarla llegar y lo llevara sin verle a los ojos.
Nelly, que tenía más descaro y entereza, intentó razonar con Mario o lo que fuera eso que estaba allí, metido como cuña en medio de sus vidas:
―Pensábamos hacer lo posible para ayudarte y aguardar que cumplieras la pena. No debiste suicidarte, eso no fue más que tu culpa.
Nuevamente el espectro permitió descender un mueca triste sobre sus labios: ―¿Ayudarme? Sí que tienes agallas y cinismo, mujerzuela ―dijo. ―La idea fue quitarme de en medio.
El espectro se acercó, aproximándose lo más posible a la cama, justo por la parte central, y apoyó en el borde una de sus rodillas. Las narinas de la pareja se fruncieron al percibir un tufo desagradable.
―Háganme sitio ―dijo Mario. En el fondo de sus ojos brilló un relámpago. ―Siento deseos de ti Nelly. ¿No te importa si la poseo, verdad Pedro?
Aquél, aunque había pensado en levantarse y salir pitando siguió la regla del menor esfuerzo, como acostumbraba, y permaneció inmóvil. Nada podía importarle más que no sufrir daño alguno. Algo en su estómago se retorcía y hasta temió hacerse encima.
―Fue terrible palpar el odio de todos, sus miradas, sus voces insultantes, los puños de los hombres en el aire amenazándome, las uñas afiladas de las mujeres pretendiendo rasgar mi rostro, la desolación de la familia de la víctima...
El semblante de Mario era de arrepentimiento y forzada resignación. Su palidez estaba cobrando una tenue tonalidad verdosa y era notoria la marca morada que rodeaba su cuello. Durante ese instante de silencio se oyó el lejano canto de un gallo. El aparecido clavó los ojos en Nelly y continuó:
―Por las noches, cada detalle de mi captura volvía a mí mente una y otra vez. Caminaba con las manos atadas, arrastrándome a la sentencia que todos deseaban para mí y la turba que me rodeaba emanaba un odio doloroso. Mas fui iluminado por una frase que recordé ni sé de donde “La horca es una balanza que tiene a un hombre en un extre­mo y a toda la tierra en el otro”(*). Por eso me ahorqué. Nada es peor que sentirse tan miserable y solo. No merecía continuar viviendo. Había perdido la gracia Divina y debía morir. También ustedes, y más aun por lo que me enteré después de muerto.
―¿Vas a matarnos? ―preguntó Nelly ―¿Puedes hacerlo?
―No lo se, de momento estaré contigo una vez más. ―Y desplazando un tanto las piernas de uno y otro hacia un lado terminó de subir a la cama.
Comenzaron. Pedro notaba los movimientos que se manifestaban a sus espaldas y aun cuando oía los jadeos continuó como de piedra. Ella mantuvo cerrados los ojos y mentalmente intentó recrear la ternura y la pasión que conocía de Mario. Pero halló su cuerpo frío, torpes sus movimientos, simulado su deseo, e inmenso su asco.
Horas más tarde el sol se filtraba a través de la persiana permitiendo abarcar con mayor facilidad los detalles de la habitación. Pedro y Nelly yacían boca arriba respirando en silencio, apartados apenas por el hueco que entre ambos ocupara otro cuerpo.
Aun permanecían sin hablar ni moverse y quizás ya fuese mediodía cuando Pedro miró hacia un lado, buscando la mirada de Nelly. Ella percibió el movimiento y también se volteó.
―¿Fue un sueño? ―dijo Pedro.
―¡Claro que fue un sueño! ―respondió Nelly, y levantándose comenzó a vestirse. Pedro, al sentir que su corazón apaciguaba los latidos comenzó a sollozar.
―¿Ahora lloras? ―dijo Nelly con hastío. ―Fue un sueño, ya te lo dije. ―Terminaba de vestirse con prisa, quería dejar todo atrás.
Mientras secaba sus lágrimas Pedro respondió: ―Nada nos asegura que no lo volvamos a soñar. Tal vez cada noche nuestro sueño se repita. ¿Qué podría evitarlo?
Ella hizo como si no escuchara y sin responder salió rumbo al baño.


(*) Frase extraída de “Nuestra señora de París” - Víctor Hugo.